El universo gráfico japonés: «palabra vista, imagen leida»
Quizás parte del éxito del manga estriba en su especificidad japonesa, capaz de mirar hacia dentro, pero también hacia fuera. A nivel artístico, Japón siempre se ha reconocido por la tradición de sus pinturas y xilografías Ukiyo-e, o por su hermosa poesía Haiku, por las artes marciales y por la filosofía zen. Puede que hoy el estandarte de las manifestaciones artísticas niponas recaiga sobre su laureada arquitectura, escaparate de lo antiguo y lo nuevo, novedosa, sí, pero igualmente arraigada a lo tradicional – aun cuando aquí nos parezca tan distante, tan exótica, como ya ocurrió con sus estampas en el siglo XIX – y que rara vez, junto a sus jardines, se escapa de publicaciones de arte nacional. Por activa y por pasiva se ha venido omitiendo de este singular ranking cultural la que sin duda es su manifestación número uno, el Manga, y que muchos “consideran como el medio japonés por antonomasia” . Así, en principio podemos acertar a definir el manga como manifestación cultural desde el punto de vista de la sociología del arte, en tanto que medio de comunicación de masas y por su ambigua ubicación entre la alta y la baja cultura.
Esta criba viene impuesta igualmente desde la propia sociedad japonesa, y no es extraño en absoluto afirmar que “el gusto por cierto esnobismo cultural es universal y extensible al propio Japón”. En 1991, y con motivo de un Festival Cultural Japonés en Inglaterra, se planificó una exposición de comics japoneses en todas sus variantes en el Museo de Arte Moderno de Oxford; sin embargo, los patrocinadores japoneses se resistieron a incluir manga adulto por no herir sensibilidades. El MOMA rechazó comprometerse con el proyecto, que finalmente terminó por venirse abajo. No obstante, la galería londinense Pomeroy Purdy rescató la idea original y planteó una exposición sobre manga “seleccionando trabajos deliberadamente marginales y, en buena medida, extremadamente vanguardistas”. Por otra parte, en el año 2000, el Ministerio de Cultura y Educación japonés claudicó, y finalmente introdujo el manga en el temario de los colegios, tras reconocerlo como una forma de expresión tradicional de Japón. Aunque muy poco a poco, van apareciendo síntomas de un cierto reconocimiento a las bondades del medio, si bien en occidente esta aceptación necesitaría la superación de las taras tradicionalmente atribuidas al imaginario manga, como su extrema violencia y su latente misoginia.
Una de las premisas por las que se define el manga es, sin duda, por su naturaleza icónica, arraigada en su propio idioma (en sus ideogramas y sus sistemas silábicos), y en la tradición artística de muchos siglos – sobretodo el Ukiyo-e – donde la incursión de texto parecía ir siempre subordinada a la imagen, o directamente no ir, cediendo todo al protagonismo a la propia narratividad de los dibujos. Es muy posible que la naturaleza visual del manga se explique no por su tendencia a presentar sino a representar; al fin y al cabo, la manera de entender el manga y el anime nace de la propia concepción de los hanga del siglo XIX. “Japón es un país tradicionalmente más pictocéntrico que las culturas occidentales, como se pone de manifiesto en el empleo de ideogramas, y el manga y el anime encajan fácilmente en la cultura visual contemporánea. Se usan en la educación, la moda y, por supuesto, la publicidad”. Esta afirmación de S. Napier parece chocar en muchos aspectos con la tradición visual de Occidente, arraigada en Grecia, o, por otra parte, con la no primacía de la vista sobre los otros sentidos propia de las culturas orientales, donde el oído y el tacto son tanto o más importantes. Quizás esta distorsión pudiera explicarse por la singular unión de lo antiguo y lo moderno en Japón. Es cierto que su tradición cultural, construida en torno a la multiplicidad religiosa de siglos de budismo, shintoismo y taoísmo determina la no primacía de la vista sobre los otros sentidos, pero sólo en su faceta más tradicional. Por otra parte, Japón representa muchas de las elementos de la sociedad capitalista contemporánea, aun con sus peculiaridades, y cada vez resulta más visible la progresiva inserción de sus ciudades y sus gentes en el sistema de valores posmoderno: presentismo, instantaneidad y primacía absoluta de la imagen.
Japón no tiene algo que ver con la imagen; tiene todo que ver. Japón es presentismo y posmodernidad, desde su apología desenfrenada y defensa a ultranza de axiomas como “lo visual” o “lo inmediato”. Ginza 4crome, la estructuras arborescente de sus templos, el metro y sus letreros, los manuales de aparatos electrónicos, las repartidoras y azafatas y la publicidad: todos los demás sentidos en Japón “entran por los ojos”. En ese sentido Japón constituye la cima de la civilización de la imagen y, a través del manga, renueva su tradición visual más prestigiosa.
La importancia del Manga en su país de origen radica en dos factores fundamentales: su relevancia económica y su influencia en el conjunto de la sociedad. Comparado con cualquier otro mercado occidental – o con todos a la vez – las cifras de ventas son infinitamente superiores y genera unos beneficios astronómicos. Por otra parte, es probable que su factor de influencia social venga determinado por su capacidad de transformar otros medios o disciplinas artísticas, como el anime – gran parte procede de adaptaciones de manga de éxito – la publicidad, el cine, la moda, la pintura, el diseño, la decoración o la literatura. “Además (…) es una manifestación cultural popular que se construye, claramente, sobre una tradición más elevada. Este medio no sólo manifiesta influencias de las artes tradicionales japonesas (…) sino que también hace gala de la tradición artística universal de la fotografía y el cine del siglo XX. Finalmente, los temes que explora, a menudo de un modo sorprendentemente complejo, son familiares a los lectores de la literatura “elevada” de nuestros días y del público del cine contemporáneo de calidad”. Los manga suelen publicarse en semanarios, a menudo con más de 400 páginas, en las que se aglutinan obras de más de 20 autores, a capítulo por semana. Una colección puede tardar años en completarse, reuniendo en ocasiones más de 50 tomos recopilatorios con cientos de páginas cada uno, cuya duración viene determinada casi siempre por la acogida del público. Los semanarios japoneses difieren totalmente del concepto de cómic que comercializamos aquí, y pueden sorprender enormemente al que no esté familiarizado. Frente a los formatos editoriales occidentales, las publicaciones japonesas son periódicas, como enormes guías telefónicas, impresas con muy mala calidad y preferentemente en blanco y negro, sobre papel muy barato o reciclado, con una alta proporción de fibras de madera, que puede ser de varios colores. Estas revistas se pueden encontrar a la venta en cualquier parte, librerías, supermercados, quioscos, bazares o centros comerciales, por un precio realmente bajo, tanto que se han convertido en un producto de usar y tirar similar a los periódicos. Conviene recordar, por tanto, que la verdadera naturaleza comercial del manga es la servir como producto de consumo masivo.
Europa representa un esquema de mercado donde el cómic goza de un halo ciertamente elitista que le es ajeno al resto del mundo. Aquí los comics se publican con abundancia de medios técnicos y buenos acabados, y sobretodo en los últimos años se están generalizando los comics lujosos, a modo de libro-recopilación, relativamente caros y con pretensiones bibliófilas, destinados mayoritariamente a un público joven y adulto con alto poder adquisitivo.
El anti-manga o el aire que respiramos.
La ausencia de espacio en Japón ha empezado a preocupar a un sector social que plantea la legitimidad del manga individualmente (al menos en su forma actual), y del conjunto de la imagen impresa como un todo. Si bien la persistente caducidad del formato manga puede deberse en parte a este motivo, parece más lógico achacarlo a la tradición y no a la falta de espacio. Algunas voces han demandado en los últimos años un cambio en la política editorial en vista de las transformaciones del mercado que se avecinan. Reducir el tamaño de las publicaciones, concentrarse en ediciones más selectivas, con menos autores, o incluso dedicarse exclusivamente a pequeños tomos de coleccionista, han sido algunas de las propuestas escuchadas, aunque sin demasiado éxito social. El futuro del manga radica en la superación física del medio y en la “alianza” con su enemigo (y el de casi todos los restantes medios modernos): Internet. Las grandes editoriales ya contemplan la supresión del soporte físico del manga tal y como se conoce y su acceso a un plano puramente virtual, enmarcado en una nueva estrategia de ‘ocio digital’: revistas digitales, distribuidas en soportes conocidos o directamente para su descarga desde la red, en una nueva vuelta de tuerca del manga, cuya forma actual tal vez se extinga, pero no el espíritu de sus historias. Hoy el dôjinshi ya explota muchos de estos mecanismos; su espíritu gratuito y su necesidad de difusión a gran escala abrazan las máximas de esta red de información. En muchos casos, los autores ya disponen de servicios de descarga gratuitos desde los cuales los consumidores pueden elegir no sólo guardarlos en el disco duro, sino imprimirlos, siguiendo directrices definidas de calidad expresadas por los autores.
Aun en su forma actual, el dôjinshi representa más que nunca el futuro de la historia gráfica japonesa. Ante la falta de originalidad y calidad de muchos productos del circuito comercial, son cada vez más los lectores que recurren a reediciones de los viejos clásicos o, en el lado opuesto, apuestan por un manga mucho más vanguardista. Y es que en modo alguno se puede pensar en estos dibujantes como simples aficionados. Desde el primer contacto con el universo dôjinshi se aprecia la diferencia…, dejando de lado la enorme cantidad de parodias eróticas producidas y por desconcertante que pudiese parecer esta afirmación, es muy diferente al manga que llega a los circuitos profesionales – con dibujos del gusto del público en general y sin grandes estridencias – ya que se trata de manga “de autor”, considerado de una manera casi literal. Por su trabajo muchas veces artesanal y por la calidad del producto final está más próximo a creaciones artísticas propias de otros medios. El dibujante de dôjinshi es un sibarita que se deleita en el trabajo bien hecho, lo hace por y para sí mismo, y no es extraño que muchos terminen por rechazar el sector profesional.
Los ‘Comiket’ son viveros de experimentación, con la temática, el estilo, el cromatismo y los papeles, juegos de texturas, superficies y efectos a un nivel más domestico, o por decirlo de otra forma: para los que dichos medios no habían sido concebidos originalmente. “Siempre aprovechando los recursos cada vez más avanzados para la copia y la multiplicación de originales, han acompañado con propósitos imitativos o experimentales el auge del manga juvenil y el gekiga, el del manga de deportes y el de la ciencia ficción durante los años sesenta, (…) los setenta, y (…) los ochenta”.
Osamu Tezuka llegó a afirmar que el manga era como el aire. Tal vez se estuviese refiriendo a su dimensión efímera y perecedera; tal vez apelaba al consumo masivo de historias gráficas por parte de la sociedad japonesa, tan necesarias como la vida misma; puede que se refiriese a todo ello, un poco a la vez. Tezuka defendió en su obra un optimismo vital y una fe en el futuro que, sin embargo, no garantizaban un final feliz para nadie. Al fin y al cabo, el manga en Japón está en todas partes, como el aire, pero, al igual que este, también está contaminad…
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