Lo ultrafotográfico y el libro-arte del tercer milenio

Sin duda que el comienzo del tercer milenio ha traído muchos cambios en el mundo del arte, muchas ideas se han refundado, se han retomado conceptos con nuevos medios y las temáticas de han ampliado, pero sobre todo hemos adquirido una multiplicidad de nuevos formatos, se han trascendido los géneros y creado territorios difusos .

Lo que hemos llamado como ultrafotografía es uno de ellos y hace referencia a un modo de representación atópica derivada de la digitalidad del medio fotográfico que se desplaza alejándose voluntariamente de la representación y su fidelidad a lo captado. Encuentra su espacio, de este modo en entornos innombrados e interdisciplinarios evitando referencias anteriores, expresionistas, del collage y del desdibujado provocado por la manipulación. En esta postfotografía cuyo resultado es sorprendente y denostado por la fotografía con mayúsculas, hay un hecho claro, y es que no hace referencia tampoco al arte con mayúsculas, no interesa tanto hacer arte, ya que no existe tal pretensión, y su destino no está definido, ni tan siquiera por su autor. La indefinición del medio, lejos de ser un handicap, provee de una libertad -que el encorsetamiento debido a la imitación de sí mismo- había atenazado al arte de las últimas épocas.

Una foto realizada y gestionada con un teléfono móvil, por ejemplo, es tan aceptablemente rica en propuestas como cualquier otra y desde luego añade una frescura a un mundo anquilosado por los ya demasiado sobados argumentos ontológicos de la obra de arte.

La alteración del medio fotográfico algoritmizado de lo ultrafotográfico, genera a su vez una contradicción irreconocible ya para la fotografía convencional y química, dado que está desde el primer momento interpretado y distorsionado por las condiciones técnicas y los aspectos derivados de la aplicación de un software determinado. Un paisaje esferizado, rasterizado y acoplado nos aleja de cualquier experiencia anterior, ni tan siquiera reconocemos los colores, exagerados por la carencia de luz en escenas interiores granuladas y llenas de ruidos cromáticos.

El ruido, el formato cuya resolución es dudosa y su procesamiento matemático interpretado, no se pueden ya considerar como un medio representativo fidedigno, sino como una visión alterada. Un artefacto que sin pudor exhibe su distancia con nuestra memoria visual y sensorial. Es ahí donde reside su frescura y su sorpresa, su potencial y su carencia de expectativas no resulta limitante sino más bien enriquecedora.

Ambas, la fotografía analógica y la ultrafotografía comparten un mundo común y es el hecho de la captación instantánea de un momento en concreto. Pero a diferencia de la primera en la segunda existe una deliberada inconsciencia del destino y la finalidad más allá del mero hecho de guardar sin importar tanto el cómo – base fundamental, por otro lado, de las estéticas del encuadre, la iluminación y la fotogenia de la foto con mayúsculas-. La sorpresa viene después del click que hace que la conservemos o no, deshaciéndonos de ella como de un Kleenex usado, tal vez por analogía con el sonido. Cuantas fotos de esas nos parecen maravillosas, incluso portentosas, dignas de compartir y enseñar no por su calidad y méritos técnicos, sino porque nos seducen, nos conmueven o nos tocan por dentro. Uno de sus éxitos la inmediatez del resultado y su nulo coste.

La ultrafotografía se basa en algunas de las premisas contrarias a lo que hicieron meritorio el hacer fotografías en el pasado: Instinto para elegir el momento del encuadre, gusto para componer, capacidad técnica: óptica, medir y situar la luz, aprendizaje de los procesos de revelado y conservación de la imagen, visión creativa y artística, etc. Hoy en día nada de eso resulta relevante, ni tan siquiera creo que le importe a nadie ya, pero sin embargo muchas de las fotografías que tomamos son realmente notables y en ocasiones estoy tentado de resumir su éxito en valores estadísticos: la probabilidad de lograr una fotografía excelente aumenta con el número de ellas que tomemos. Lo numérico y el escaso valor se convierten en herramientas creativas incluso sin querer. ¿Qué hacía A. Warhol con su cámara disparando al tun-tun?

La idea del mestizaje de géneros que surge con el ethos fotográfico comienza ya desde el momento en que Henry Fox Talbot llama a sus impresiones en papel salado, “photogenic drawings”. Poco a poco y en la búsqueda de identidad del nuevo y sorprendente medio, la fotografía adquiere habilidades pictóricas, ilustrativas y dibujisticas, incluso ensayando con éxito collages y ensamblajes de todo tipo. Lo connotativo de sus primeros experimentos, se vuelve cada vez más denotativo y abstracto, más cuestionador de la representación ajustada de la realidad que se le otorga desde el primer momento.

El pictoricismo inicial depura sus argumentos en la búsqueda de lenguajes propios con Karl Bossfeldt, Alfred Stiglietz, , etc. No obstante, cuando Ansel Adams descubre y ensaya su ya famosa Ley de Zonas, no sólo aplica al positivo fotográfico, los conocimientos del claroscuro que el grabado a la aguatinta llevaba empleando desde el siglo XV para lograr un efecto visual aceptable a sus estampas en blanco y negro, sino que su representación de ventana se fortalece al añadir nueve tonos desde el blanco al gris más saturado, lo cual le permitía representar variaciones tonales muy amplias y poder ver en la oscuridad de los negros densos y que los blancos de las nubes, los cielos y las superficies luminosas tengan detalles en sus paisajes casi tridimensionales.

Con él se instaura la manipulación química de la fotografía pero también cualquier recurso, como tapados, sándwiches, virados, y muchos otros, etc. que permitan al fotógrafo concluir un positivo acorde con su idea estética de una buena toma. Lo fotogénico suplanta a lo fotónico.

En el estado actual de la ultrafotografía, nada interesa más que lo fotogénico. Sin duda los valores iconográficos del pasado están presentes en la memoria colectiva, pero también nuevos modos derivados de la asequibilidad y la carencia de conocimientos técnicos a la hora de la toma.

Es más, nos atreveríamos a decir que el divertimento de la manipulación y sus casi infinitas posibilidades se han convertido en un activo importante de la imagen final.

Por otro lado, lo afótico es tan importante o más que lo captado en la imagen de partida. Es decir -las alteraciones que se producen a posteriori- el “dark room” que poco tiene que ver con la escena real capturada es el estado del arte del que surge en ocasiones de modo automático lo ultrafotográfico en formas y aspectos contextuales.

No importa si la modificación es mecánica o directa, como ocurría antes con las fotos instant de Polaroid que todos hemos espachurrado con un palillo de dientes extendiendo la emulsión a nuestro antojo -durante los brevísimos instantes en que se revelaba- para crear en realidad un dibujo o pintura con el remanente fotográfico de un positivo de bastante calidad.

Lo que importaba, era la sorpresa de lograr un elemento nuevo, a veces muy abstracto partiendo de algo concreto. Lo alternativo, lo ultra-representacional estaba ahí también por desvelar, por experimentar, por disfrutar.

Algunos artistas hemos empleado este medio para expresar por medio de algo plástico y moldeable realidades interiores, accidentales en ocasiones y desde luego ultrafotográficas. Dichas imágenes nos han ayudado a componer libros de artistas en los que la propuesta transcendía el realismo de la fotografía ad hoc. Hoy en día lo ultrafotográfico se centra en muchos casos en el software que interpreta de forma más o menos controlada las posibilidades de manipulación de una imagen-toma-fotográfica, transformándola en casi lo que queramos.

Podríamos clasificar y compendiar lo que es fotográfico y lo que no lo es. Desde luego, en nuestra opinión la fotografía, tal y como le ocurriera a otras artes anteriores, se encuentra en nuestro país en un momento de ensimismamiento, aludiendo continuamente a recetas archiconocidas y sin duda conservadora del producto químico analógico, considerado como registro depositario de calidad. Sin ninguna duda un prejuicio, que en otras latitudes hace tiempo ha sido transmutado por la libertad de expresión que ofrecen otros medios, sorprendiéndonos y entusiasmándonos con propuestas que entran en la frescura de lo lúdico, de la carencia de pretensiones y en la explosión de la creatividad que tiene que ver con el arte vivo.

Los blog, paginas web, y las publicaciones en general provienen hoy en día de métodos en los que lo digital está presente como potencial plástico a la hora de componer un proyecto estético, tenga o no esa pretensión. Heredadas o no de la tradición de los cadáveres exquisitos y los libros de artista físicos, el net-art ha irrumpido con una fuerza imparable en la difusión de contenidos de arte personalizados. Lo ultrafotográfico es manejado sin importar su procedencia en forma de fotografías, dibujos, imágenes pintadas, ensamblajes y textos, lejos de la ilustración temática, ampliando sus formatos hacia otros que permiten ser compartidos por un extenso número de personas y accesibles con un click. La ultrafotografía es el medio ilustrador por excelencia en estos libros Web 2.0, ya que el lenguaje en JAVA común provee de una capacidad camaleónica, la hace adaptable a lo que se desee, formará parte de un logo, de un banner inicial bajo un texto, de una fotografía de apariencia convencional o de un dibujo trazado a partir de esa misma toma, incluso adoptará formatos tridimensionales, fondos sobre los que hacer un zoom de retícula y muchos otros medios de folding digital ya ensayados en los libros de ilustración infantiles y de adultos, maravilla del origami y la papiroflexia. Los plegados imposibles se hacen ahora a golpe de pantallazos y de poco peso.

Su adaptabilidad y facilidad plástica, nulo coste, humildad y carencia de pretensiones, su potencial comunicador y accesibilidad a cualquier usuario, la hacen desarrollarse hasta límites nunca alcanzados hasta ahora. La democratización del medio, la hace crecer y sin duda buscar su ontológica finalidad, en nuestra opinión la difusión del las nuevas estéticas del conocimiento complejo.

El libro-arte está ahí presente en las páginas web de los artistas –como poco- que componen sus espacios no solo con la finalidad de publicitar sus trabajos y proyectos sino con la pretensión de convertir este medio en una obra de arte en sí misma. En nuestra opinión son libros de artista en vivo y online, modificados constantemente y con una vida al compás de las creaciones y novedades de su autor. El concepto de ultrafotográfico, está ahí transcendiendo la toma estática de la foto de un instante, con formas dinámicas en sucesión múltiple, modificada, enriqueciéndose día a día, como una fotografía que pudiera ser añadida a otras muchas que la completan y dan sentido, como un libro que pudiera ser reescrito constantemente.

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